Hoy he estado en Valladolid en la Asamblea de
Delegados de UGT de Castilla y León para escuchar al Secretario General de UGT,
el compañero Pepe Álvarez, al que han acompañado los Secretarios Generales de
las tres Federaciones Estatales y Faustino Temprano, Secretario General de la
UGT de Castilla y León. La verdad que ha merecido la pena, para lo bueno (la
UGT de Pepe Álvarez marca el camino sindical) y lo malo (la UGT de Castilla y
León se está convirtiendo en una isla aislada de esta recuperación).
La
UGT ha recuperado, de la mano de Pepe Álvarez, no sólo la tensión en la
Ejecutiva Confederal, también el liderazgo social con sus acertados análisis y
claras propuestas. Me he quedado con las siguientes frases, más o menos textuales:
- Cualquier acuerdo de
carácter general será sometido al voto de los delegados en las empresas,
después de un proceso de análisis y debate.
-
El momento actual exige un
proceso de movilizaciones creciente porque sólo con la negociación no vamos a poder
tener acuerdos.
-
Que las movilizaciones no
se queden en los cajones de las estructuras.
-
Si no hay condiciones para
las movilizaciones, hay que crearlas.
-
Todos los actores políticos
tienen que sentir el aliento de los trabajadores en el cogote.
-
Los empresarios están
crecidos porque se lo dieron todo.
-
Estamos en un proceso de
reinventar el sindicato.
-
La cara de la crisis es una
cara de mujer.
-
Hay que ganar la batalla
del reparto de la riqueza, recuperando salarios dignos, garantizando el IPC, al
menos, en las pensiones y teniendo una fiscalidad justa, progresiva y
suficiente para mantener el Estado de Bienestar al que aspiramos.
-
No vamos a firmar ningún
acuerdo sobre pensiones que no incluya la garantía del IPC, como era hasta
2013.
-
Lo que algunos llaman privilegios
de los empleados públicos son los derechos de todos.
-
Hay que recuperar la
militancia porque los recursos del sindicato no son infinitos.
-
El sindicato no debe
aspirar a que se le subvencione sino a que, como defensor de intereses
generales, se le pague por el trabajo que realiza para todos los trabajadores.
-
No hay soluciones
individuales, solo colectivas.
-
Los robots, que generan
riqueza al empresario y eliminan puestos de trabajo, tendrán que cotizar a la
Seguridad Social y pagar impuestos.
-
No vamos a gestionar
formación sin garantías para la imagen del sindicato.
En fin, un discurso para
recuperar la ilusión de los de dentro y la credibildad entre los de fuera, muy
deteriorada por algunos factores que, creo, conviene no olvidar.
La
crisis financiera, económica, laboral y social que empezó en España en el otoño
de 2008 también trajo importantes consecuencias sobre el sindicalismo de clase,
en fin, sobre nuestra UGT. Es evidente que los cambios en los sistemas
productivos, la “terciarización” de
la economía, la privatización de servicios públicos, la externalización de
actividades en las grandes empresas, la disminución del peso económico y
laboral de sectores muy sindicalizados...además del neoliberalismo económico y
político que siempre vio en el sindicalismo de clase un enemigo para conseguir
sus objetivos, ya venían minando el peso y la afiliación sindical desde hace
años.
Pero
la irrupción de ésta crisis, que no termina, vino a reventar una “burbuja
sindical” inflada en la última década. Una generación de dirigentes que, en sus
excesivamente largos mandatos, había gestionado el sindicato en la bonanza
social y económica, que se manejaba muy bien en la comodidad cuando no en la
indolencia y la inercia pasiva del día a día. Mucha información continua,
muchos observatorios...demasiado diálogo social convertido en un fin en sí
mismo, demasiada institucionalización de la organización que llevó a olvidar
que, por encima de todo, el sindicato debe ser un contrapoder de clase
frente al capital y a los gobiernos.
Sin duda, el paradigma de este
sindicalismo institucionalizado y neutral ha sido Castilla y León donde , en perfecta unidad de acción con Comisiones Obreras, confundió la
necesaria autonomía sindical frente a los partidos con un neutralismo político
de difícil comprensión para los trabajadores y las clases populares.
Una
autonomía sindical “partidaria” ,frente a todos los partidos, fue sustituida
por una más que aparente dependencia, de entrega, a los gobiernos.
No
se supo, más bien no se quiso, ver lo que suponía en la calle el 15-M. El grito
de “no nos representan”, las demandas de más participación en la toma de
decisiones, la exigencia de coherencia entre lo que se decía y lo que se hacía,
entre lo que se representaba y como se vivía, una mayor transparencia, etc
también iba destinado a la UGT. Se fue a remolque, no empezamos a ser
mínimamente transparentes hasta que lo exigió una Ley contra la que los
sindicatos hicieron lobby parlamentario en contra.
Las
tremendas agresiones sociales del Gobierno del PP en 2012 nos devolvieron a las
calles. Calles que nos habíamos acostumbrado a pisar de 1º de mayo en 1º de
mayo, convirtiendo esta fecha reivindicativa en una celebración, en un rito
de paso. Nos reencontramos con las clases populares, en las Cumbres
Sociales, con las Plataformas nacidas del 15-M. Volvimos a encabezar un caudal
movilizador desconocido desde la Huelga General del 14D de 1988 y
movilizaciones anteriores en la Transición.
Es
cierto, no paramos las principales agresiones contra los trabajadores, se
perdieron batallas pero el gran error sindical fue abandonar la posibilidad de
ganar la contienda desde el momento en que renunciamos a mantener en la memoria
de los trabajadores y de la sociedad los feroces atropellos del PP para que, a
la hora de las elecciones generales, el olvido no jugara a favor de la derecha.
La
sociedad no entendió que a partir del otoño de 2012, cuando todavía estaba en
la retina de todos la entrada en Madrid de la Marcha Minera y las huelgas
generales y sus grandes manifestaciones, se volviera a un diálogo social con el
Gobierno central, con fotos vergonzantes en Moncloa del brazo del Presidente y
la Ministra que habían reducido salarios y entregado los derechos de los
trabajadores a los empresarios.
Curiosamente en el reino del dialogo social, en Castilla y León, nunca
se abandonó la mesa mientras el mismo partido arrasaba nuestros derechos.
Incluso la derogación de las reformas laborales desapareció de las exigencias y
plataformas sindicales que en 2013 se presentaron al Gobierno, en palabras del
Secretario General de CCOO “para favorecer el diálogo”.
Es
verdad que vinieron duros ataques desde los “poderes”, pero, también hubo
demasiados “casos aislados” de malas prácticas (EREs, Bankia, Fernandez
Villa...). La reacción fue defender lo indefendible e instalarse en el
victimismo (“nos atacan porque somos el último dique contra el liberalismo”),
cuando lo que exigía la situación era asumir responsabilidades, tomar
decisiones y avanzar en la transparencia, fortalecer la participación y
recuperar la coherencia.
Nunca
entendí que el Congreso Confederal de 2013 no supusiera el adiós de Cándido
Méndez al que el segundo mandato de Zapatero (2008-2011) le había dejado con
una menguada credibilidad social. Pero en 2013 muchos se pusieron a su estela
y...se perdieron tres años más. Quizás fuera demasiado tiempo, demasiado tarde.
Afortunadamente
el 42 Congreso Confederal de hace un año (marzo de 2016) no fue ni de inercia
ni de consenso, pese al intento de Cándido de designar sucesor.
Hubo
dos candidaturas, pudo haber tres y, contra las maniobras del “aparato” con
Cándido en primera persona utilizando demagógica y miserablemente el “problema
catalán”, por unos escasos pero hermosos 17 votos se eligió Secretario General
de la UGT al compañero Pepe Álvarez.
Su
discurso en la clausura del Congreso ya fue ilusionante y esperanzador para mí.
¡Hasta mi admirado Nicolás Redondo aplaudía y asentía con entusiasmo! Un discurso
que fue todo un programa regeneración sindical: la necesidad de derogar las
reformas laborales como condición imprescindible para negociar un nuevo
Estatuto de los Trabajadores en posición de equilibrio porque ir a una
negociación con la correlación de fuerzas impuesta por las reformas era como ir
a una derrota segura con un coste enorme en términos de credibilidad. La clara
oposición al TTIP, la recuperación del contrato de relevo, la atención a los
desempleados mayores de 55 años, la
exigencia de que hubiera un acuerdo para gobernar desde la izquierda (aunque ya
era demasiado tarde porque el sindicalismo había sido neutral desde el 20 de
diciembre de 2015), la mejora salarial para mantener las pensiones, una reforma
fiscal progresiva. En definitiva, actuar contra la desigualdad de rentas tanto
en las empresas (distribución) como desde los gobiernos (redistribución). Y en
lo interno, un claro compromiso con la transparencia y contra los “hechos
aislados” de incoherencia sindical.
Desde
este discurso, hasta el de hoy, cada intervención pública ha ido en la misma línea de restablecer el sindicato en
la línea de contrapoder obrero poniendo, incluso, en vísperas del 1º de Mayo,
el diálogo social que tan pocos logros había traído para los trabajadores comparados
con los perjuicios causados a nuestra credibilidad social:
“La
concertación ha sido muy positiva, pero creo que en los últimos años se ha
convertido en una foto útil para los gobiernos, que nos ha perjudicado a los
sindicatos...Vamos a intentar introducir elementos de control en esos
pactos...de esto tendríamos que haber despertado antes porque los sindicatos no
forman parte de las instituciones del Estado, ni formamos parte del sistema”.
En estos
meses Pepe Álvarez ha marcado el paso de los principales debates sindicales (la
cotización de los robots que en los próximos años van a sustituir a más de la
mitad de los puestos de trabajo actuales), los límites de la negociación en
materia de pensiones (“no vamos a firmar ningún nuevo retroceso”), etc.
Tarde,
demasiado tarde, pero a tiempo de volver ser la UGT. Dos décadas después
volvemos a tener un LIDER que nos ha vuelto a hacer sentirnos orgullosos de ser
ugetistas, que está reorientando al sindicato en este mundo en crisis.
Pero
no está siendo suficiente, en nuestras estructuras, reformadas
cuantitativamente, sigue anidando demasiada comodidad cándida heredada
de años de burbuja sindical, demasiada indolencia y vaguería.
Y
en Castilla y León seguimos pagando, en términos de eficacia y credibilidad,
una estructura zombi y un exceso de neutralismo político. Pero esto queda para
otra entrada, aunque Pepe Alvarez ha marcado el camino: la estructura territorial de la UGT de Castilla y León tiene que ser la
que aquí queráis.